¡La tecnología en el sexo!

Foto: Pixabay / Q’Hubo Ibagué.

Norma Bejarano – Psicóloga – Sexóloga

En una sociedad de globalización, innovación, cambio y tecnologías, la vida sexual, no podía quedarse atrás, por lo que tuvo que agregar, cómo no, ‘ingenieros’ ávidos de dinero y renombre con sus productos de avanzada y permanentes actualizaciones que prometan constantemente al cliente momentos de sexo, sin tanto esfuerzo. 

¡El sexo es mucho más que eso! 

A muchas personas la tecnología les brinda la fórmula que resuelve sus diversas dificultades sexuales, y está muy bien. De hecho, varios tipos de tecnologías están disponibles para encontrar el polvo (o el amor) de la vida: tecnología de la comunicación. 

Para amenizar y hacer vibrantes aunque distanciados los encuentros amatorios: tecnología de la interacción sexual. Y para poner el “pico en el hoyo”: las tecnologías médico-científicas con sus fármacos, pasando por la tecnología del juguete sexual, entre otras. 

No estoy en contra de ninguna, pero hay que ser más reflexivos, ya que tienen tanto de atinadas para ofrecer soluciones, como de desacertadas, porque el sexo es mucho más que eso, es un lugar con muchos vericuetos a donde el sextech no puede llegar. Sexo y deseo no son fáciles de domar, sobre todo el segundo. La sexualidad es compleja para activarla bajo ciertos “comandos”.

¡Ingeniería funcional! 

¿Solo/a, triste y sin ilusiones? ¿Su clítoris necesita otra onda? ¿Su  pareja está en rutina, no desea, no camina? ¿Su pene se rebela en cada relación? ¡Le tenemos la solución! La posibilidad de acción erótica que nos vende la ingeniería funcional, va en aumento, pero en realidad, lo que logra es un débil desarrollo y fortalecimiento del imaginario erótico, de las habilidades sociales y de las herramientas para generar una vinculación afectiva duradera, y demás aspectos de corte más humanista. 

Es que ya lo dijo el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman, “el amor no encuentra su sentido en el ansia de cosas ya hechas, completas y terminadas, sino en el impulso a participar en la construcción de esas cosas”.

¡Oler el cuerpo, saborear fluidos, sentir la piel! 

Si una práctica sexual resulta desagradable, no hace parte de los gustos o la escala de valores, o definitivamente no inspira, emplear o aplicar algunas tecnologías del sexo no hará mejor la tarea. La tecnología puede hacer maravillas, pero no es tan mágica. No todos los productos son para todos ni todo. 

Una pieza de tecnología sea de comunicación, de interacción o médica, no va a transformar una situación sexual que viene mal por muchos motivos más humanos que de orden biológico o  ingenieril. 

El mercadeo del ‘sextech’, que pretende actuar sobre mecanismos puntuales para poner la aguja a tope hay que moderarlo. La vida sexual va de paciencia, motivación, imaginación y deseo. El despliegue de la sexualidad es diálogo, empatía, prueba, error. Implica escuchar, oler el cuerpo, saborear fluidos, alimentar la mente, sentir la piel, reconocer necesidades y ocuparse de una serie de eventos más sublimes.

¡Una sociedad con buena educación!

La tecnología sí, pero con buena estructura ética, educativa y de conciencia. En una sociedad educada sexualmente sabríamos que las vivencias placenteras son intransferibles, que el buen sexo no depende de las últimas tecnologías, sino de la conexión, el contacto, el disfrute, la exploración. 

Que las interacciones sexuales no son un problema netamente de ingeniería física. El sexo es una experiencia multifacética que trata de imaginarios y emociones, de la calidad de las relaciones o vínculos, de vulnerabilidades, de contactos estrechos, amables, sinceros, afectivos, y del saber estar sin anestesias varias. El sexo como experiencia es más poderoso que cualquier avance tecnológico. 

Es que ya lo dijo el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman, “el amor no encuentra su sentido en el ansia de cosas ya hechas, completas y terminadas, sino en el impulso a participar en la construcción de esas cosas”.

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