¡Existen los afrodisíacos, pero..!

Norma Bejarano

Psicóloga-Sexóloga

«Tomar el miembro de un asno, hervirlo con cebolla roja y una gran cantidad de trigo y con esta mezcla alimentar pollos. Una vez la aves crecen, y luego se guisan y se consumen, su carne incrementará la potencia sexual. ¿Otra receta? Macerar el miembro del asno en aceite y frotarse el miembro (humano) con él, luego beberse el resto. Con esos mejunjes publicados en 1886 en el libro «El Jardín perfumado» se cuenta que el jeque al-Nefzawi, permaneció con el miembro erecto 30 días sin interrupción. ¿Cómo? Luego de su enhiesta experiencia recomendó no tomarse el potaje por más de 3 días para evitar mismos infortunios.

Desde el siglo XVI, o antes, los sujetos han buscado y probado fórmulas y bebedizos amatorios que les permita encender el fuego en sus noches de frío libidinal. ¿Resultados? Todos con el mismo fracaso, pues acomodar los deseos a antojo no es tarea sencilla.

¿Qué son los afrodisíacos?

Afrodita, viene del griego «aphros» que quiere decir espuma. Según el mito, Cronos (dios del tiempo) castró a Urano y arrojó los testículos al mar los cuales liberaron su esperma. Afrodita sería hija de Urano quien nació de la fertilizada espuma marina. Tremendo mito  ha hecho pensar que los afrodisíacos excitan o estimulan el apetito sexual.

El sexo y la gastronomía al parecer hacían buena pareja en la Grecia antigua. Y digo al parecer porque todo esto de presentar los alimentos como verdaderos objetos de seducción ha sido más un despliegue en el lenguaje y en el imaginario popular, que ha ido engordado las listas de los «pròst ta aphrodísia» (alimentos favorables a los placeres del amor). Afrodita ofrece los frutos, y desde ella surge el tema. Pero de esos frutos lo único que existe es la creencia de que existen. «Siempre hemos soñado con un ser humano articulado a voluntad, manejable, dócil y sumiso» líneas de Valérie Tasso. Desde tiempos remotos se le han atribuido poderes eróticos a ciertos alimentos. Y en los actuales a fármacos, pomadas, pastillas, parches de hormonas, que le siguen haciendo creer a la gente que lo «artificial» es el artífice de sus recreos amatorios.

¿Alimentos eróticos o, erotizar los alimentos?

Rúcula, zanahorias, ajoporro, lentejas, garbanzos, vainilla, miel, entre otras comidas de este ajustado resumen se han asociado a la gazuza de las carnitas. Pero los griegos lo sabían bien, y para ellos esto no era sino una ligera ayuda, en todo caso para creer que tendrían efecto y activar las ganas por la mera idea. Porque ellos tan ilustres como siempre sabían que (Eros mediante) el verdadero afrodisíaco estaba en la mente y en la capacidad deseante: de anhelo, apetencia y gusto por el otro; Impregnarse erótica-mente hace parte de construir una historia si se quiere, alrededor de la parienta y de un plato de higos, o del pariente y un suculento rábano tatemado.

«Si bien es cierto que el cuerno de rinoceronte es un inmejorable estimulador de adrenalina, aunque únicamente cuando nos persigue a la carrera y lleva el rinoceronte pegado a él» (Antimanual del sexo). Existen analogías, esto es que por similitud de una cosa con otra se cataloga a la cosa como lo que se cree. Así, plantas, animales, frutos y demás, recuerdan por ejemplo los órganos genitales masculinos o femeninos. Ostras, almejas, rábanos, pepinos, fresas, higos, etcétera, en forma de pene, testículos o vulva podrían ser erotizados. Por analogía, erotizamos, es decir, impregnamos un alimento de deseo. Eros está en nosotros los sujetos, no en la comida o en los objetos. Somos nosotros quienes a través de ciertos elementos que erotizamos nos hacemos deseables y deseantes, y no por eso que hemos ingerido, pues en nuestro maravilloso imaginario hemos alimentado el relato deseante y así nos expresamos, sentimos y transmitimos los antojos totales para comernos mejor.

¡El mejor afrodisíaco!

Ateneo, el músico ateniense por allá entre los años 138-28 a. C dijo: «de nada te sirve un bulbo si no tienes el tallo». De nada sirve el mejunje si no hay deseo. Un pobre imaginario erótico no tiene mucho sustrato en forma de fantasías ‘sexuales’. Esto hace que el deseo no esté pletórico y no llegue a activarse. Sin embargo, cuando los sujetos logran (a veces asesoramiento de por medio) imaginarse en situaciones potencialmente eróticas, es probable que les vuelva el gusto y el apetito.

Madame de Pompadour colocaba pequeños ramos de nardo para que su majestad don Luis XV se amañara en su habitación… ¿Y se amañaba? no lo sabemos. Lo que uno puede suponer es que la Madame seguro sin querer, o queriendo potenciaba a medida que ponía los nardos en el recinto su imaginario erótico, pensando y erotizándose con lo mucho que le gustaba y lo cachonda que la ponía el Rey; esto seguramente hacía que sus gestos fueras más sensuales y seductores. Escribió Helen Kaplan en 1978 que, el tiempo, el amor, y la fantasía son los mejores afrodisíacos. O cómo dice Valérie Tasso: ni el cuerno del rinoceronte, ni los hechizos ni mejunjes, el mejor afrodisíaco es un imaginario erótico potente y bien nutrido por todo aquello que estimule el deseo.

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