La literatura erótica, alimento del deseo

Fotos: Suministrada / Pexels / Q’Hubo Ibagué.

Norma Bejarano – Psicóloga-Sexóloga

Me topé con la literatura erótica a mis 19 años, en un libro que desempolvé de la biblioteca familiar durante un trasteo: “La venus de las pieles”, de Leopold von Sacher – Masoch (1870), el cual devoré en 19 días y disfruté por tropecientas noches. 

Las historias detalladas, inquietantes, ricas en elementos sicalípticos, cero previsibles, perfectamente cuidadas para no proporcionarlo todo, y que dejan a nuestro imaginario y a su capacidad simbólica tareas; hacen parte del género de narrativa erótica: cuentos, novelas, relatos, leyendas cortas, que nos describen un universo entero de opciones deleitables, pero que no lo descubren, con el propósito de agitar nuestro cerebro, incrementando la curiosidad y acalorándonos las ganas. 

¡La literatura erótica no expone bellezas obvias! 

Las lecturas eróticas no son para hacerlas a escondidas, porque no exhiben imágenes como las revistas porno de la época, pero sí demandan gran intimidad y civilización. La literatura erótica no es engañosa o explícita, no narra historias elementales de las interacciones sexuales ni nos expone bellezas obvias. Ambientan los relatos varios aspectos: los entrecruces intelectuales, el erotismo de la vida, los vínculos peculiares, el desborde o la transgresión de los personajes y ciertos contextos de ficción que no nos resultan superficiales ni postizos. 

La literatura erótica enseña a amarnos 

La literatura erótica es una amatoria, enseña a amar (eróticamente) y le hace reverencia a los sentidos para que lleguemos a la confluencia de pareja con una imagen menos estereotipada o simplificada del acto sexual. No es que lo que leemos lo debamos realizar, pero sí nos carga de un complemento estético, pausado, detenido, libre, con cierto refinamiento para desarrollar una mejor relación con el otro, para tener la predisposición adecuada hacia un encuentro sexual más pleno. 

Las grandes historias de corte erótico permiten “darle al cuerpo los prestigios de la mente”, dice el escritor francés, George Perros. Así la literatura erótica es esa suerte de rebeldía para desafiar lo establecido y salir de un mundo caótico, pacato e hipócrita en cuanto a lo sexual.

La lectura erótica nos erotiza:

La literatura erótica es una herramienta terapéutica para trabajar el bajo deseo sexual, pues induce la capacidad de erotizar, o de reconocerse en el tipo de erotismo que nos gusta, o de los placeres que se han extraviado en lo familiar o monótono. Si la mente no entorpece y está abierta a deslizarse repentinamente por ese mundo a veces truculento o escandaloso, pero siempre sensual, entonces tendrá una buena base para la incubación de las propias excitaciones lúbricas y lúdicas. El deseo sexual parte de sublevarse contra lo establecido. El relato deseante, paso a paso, de eso que nos entusiasma, es posible, entre otras cosas, gracias a la literatura erótica que nos presta palabras, símbolos, escenarios, ideas, recursos, figuras o ingredientes para erotizarnos mientras vamos evocando los propios.

¡Nos exalta los deseos!

El deseo necesita otra clase de información; una obra erótica frondosa nos estimula hacia el descubrimiento de eso que apetece o interesa, nos ofrece pesquisas adicionales o fogonazos libidinosos. El placer de leer lleva a elaborar fantasías o épicas; el deseo se construye sobre esas narrativas que embellecen o exaltan lo que atrae a las personas. Para lograr provocarse o apasionarse, la lectura erótica debe ir de la mano de una mente “maliciosa” que proyecte a la construcción propia: cuando alguien nos cautiva potentemente es porque necesariamente hemos escrito, mentalmente, un relato novelesco o un cuento con esa persona. Desear es una argumentación convincente de por qué nos gusta ese, o eso otro.

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