“¡Que me cuenten historias es lo que más me excita!”

Fotos: Suministradas / Q’Hubo Ibagué.

Norma Bejarano – Psicóloga – Sexóloga. Instagram @normasexologia020 

James Joyce, autor de Ulises; LiYu, poeta y dramaturgo; John F. Kennedy; Marilyn Monroe, tenían un gusto en común, sentir placer sexual derivado de sonidos (letras, palabras, poemas, música, o conversaciones profundas y/o eróticas). Más cerca encontramos también personajes que se estimulan en demasía con aquello que produzca sonoridad; es el caso del poeta, novelista y crítico literario  David Castillo Buïls quien en una entrevista apuntó que le gustaba que le practicaran sexo oral,  pero que lo que más disfrutaba era que le narraran fantasías: “que me cuenten historias, es lo que más me excita”.  Relatar algo, aún más, que alguien nos lo lea o nos lo novele con cierta armonía, tono, melodía en su voz o acento, e incluso en otro idioma es un buen acicate para activar a Eros. Existen diversos sonidos que nos agitan el sistema nervioso simpático y nos hacen vibrar de sobra. 

¡Cualquier señuelo auditivo activa el imaginario erótico! 

Un fragmento de relato del escritor Carlos Díaz ilustra con libidinosa simplicidad algo de profunda  emotividad. “No sabía que yo ya me estaba aprendiendo de memoria su respiración, los ruidos que hacía poquito antes de venirse y hasta podía intuir las diversas posiciones en las que la ponía su novio. Estaba seguro que con él tiempo aprendería todo. Si le gustaba suave o rudo, si le gustaba que la nalguearan o le jalaran los pelos, que le pusieran de perrito. Tengo muy vívida imaginación y esos sonidos me daban tal insomnio que no podía más que quedarme pensando en los detalles de su feliz vida sexual”.  La envidia a veces es bueno sentirla o mejor, oírla. Sábado 5:30 am. gemidos, quejidos, jadeos, toda una banda sonora de los vecinos haciendo el amor nos despiertan las hormonas golosas. Onomatopeyas que excitan desde el otro lado de la habitación, un generoso concierto de ruidos eróticos donde cada estampido es una joya para activar el deseo. Pero, en vez de sentir envidia, o quedarse pensando en la chispeante vida sexual de los de arriba, algunas personas emplean este material acústico para sazonar su imaginario erótico y hacerlo más potente. Estos fragores dan para armar una crónica erótica, una representación simbólica y excitante que invita por ejemplo, a la autoestimulación o másturbación. 

¡Erotismo auditivo!

Existen fuerzas oscuras y melódicas que permiten emanar el placer sexual. Sonidos concretos y  sicalípticos que le ponen estética al ambiente (a través de las paredes) activando nuestras eróticas alternativas, en este caso: la acusticofilia. Si el cachondeo viene de la música o de una composición musical se le denomina melolagnia. Audioerotismo si el estímulo sexual se da a través de conversaciones íntimas provenientes de una pareja. O la ofolagnia, que implica excitarse con detonaciones sexys como el “chof-chof” o los “chuics” ruidos propios de la unión de los genitales húmedos en el coito. Entre otras.   A la mente humana le gusta lo implícito, lo que insinúa, porque eso activa las ganas. El poder erótico del oído surge con lo lúbrico que representan ciertos sonidos o voces. Cualquier indicio auditivo para quienes somos amantes audibles nos estimula las trompas de Eustaquio, y también las de Falopio.

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